Si da, mueres

A finales de la década de los 70, un huésped silencioso comenzó a destruir miles de vidas, principalmente de hombres que tenían sexo con otros hombres. A principios de los 80, ese virus adquirió nombre: Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).

De pronto, ese virus comenzó a propagarse en todo el mundo.  En México, el virus llegó a principios de la década de los 80, y como en otros casos, atacó principalmente  a hombres homosexuales. “Es un castigo divino”, decían los conservadores.

Por mucho tiempo fue así. Hasta que hombres y mujeres valientes pusieron todo su esfuerzo para desmitificar el VIH/Sida y así enfrentar el estigma de ser portador.

En su momento, los portadores vivían poco tiempo. Actualmente, aquellos que siguen las instrucciones médicas, pueden tener una vida plena. Quizás no siempre estarán felices, pero al menos podrán respirar.

Muchos prefieren callar que son portadores. Otros más, los más consientes y valientes, salen del closet y se asumen como portadores. Y sí, puede ser difícil asumirlo; por ello, la escritura también puede ser una forma de terapia que permite liberar todo ese sentimiento, ya sea de culpa   o de odio.

Si aún no eres portado, cuídate. El VIH mata, discapacita, enloquece, paraliza. Y no se trata de decir ‘no tengas relaciones sexuales’. Ten las que quieras, pero siempre con condón. Práctica el sexo seguro. Hazlo por ti.

Si da, mueres

Ayer me dejé llevar,

nos dejamos llevar sin ningún temor.

Sin amor.

Hoy me hallo tendido en ese lugar,

un lugar blando y cómodo.

¡Qué cómodo!

Mi cara está empapada de lluvia.

Lágrimas de todos mis seres queridos

Mi madre no llora mi muerte,

ella llora que mi castigo llegó a su fin.

Mi cuerpo, mi cuerpo está todo picoteado,

todo mi cuerpo está analizado.

Fue analizado y picoteado por esos gusanos

que no comen carne contaminada,

que no bebe sangre infectada.

No, esos gusanos no ayudan,

exprimen y acaban con todo.

Acabaron con mi vida en lugar de salvarme.

Esos gusanos que dijeron que solo fue la enfermedad.

Pero no fue cierto.

Mi alma vaga,

divaga por todas las calles que recorrí y viví.

Ve rostros, tristeza, llanto.

Ve el rostro de mi madre marcado por la vida,

ve los ojos de mi padre, esos ojos que no cerraron

de noche ni de día, solo para darnos todo lo que pedíamos

y que yo desaproveché.

Se oye unas risas,

risas de personas que en vida me denigraron.

“No se acerquen a él, los contagiará”, decía.

¡Qué ignorantes!

Hoy descanso, sí.

Pero nadie sabe qué tanto sufrí.

Rechazo, insultos, golpes.

Quizás, así sí gane un lugar en el cielo

después de todo, ya pagué

lo que muchos describieron como una vida

de excesos y depravaciones.

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Autor: David S. Celin

Periodista en crecimiento

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